Mes: diciembre 2021

Un pavo real en el reino de los pajaritos

Camino por el prado, entre árboles y plantas, con paso decidido, musical, de elegancia exquisita. El sol brilla intenso, calienta la cabeza, el lomo y el bello plumaje resplandeciente. A medida que me acerco al arroyo, diviso a los pajarillos, que picotean comida enloquecidos. Estoy convencido de que cuando me vean, lo dejarán todo para echar un vistazo y deleitarse ante el espectáculo protagonizado por mi hermoso arcoíris de colores. Con la cabeza erguida, paseo mi majestad, pues siendo soberano del reino de las aves, están obligadas a rendirme pleitesía.

Escribo mis movimientos cuidadosamente, con la mente en tercera persona, como si fuera un espectador más. Entonces, despliego las plumas, los pájaros levantan la cabecita, frenan el vaivén de los picos y enmudecen sus cantos. Por un momento, las simpáticas criaturitas miran curiosas; algunas, incluso, bailotean embelesadas. Al mismo tiempo, yo sigo contoneándome, degusto el instante, la hora del triunfo.

Cuando la danza llega a su fin, recojo el abanico de colores y ordeno a mis súbditos que me entreguen el tributo exigido. Sorprendido, compruebo que los que hace unos segundos me bailaban el agua, desvían sus miradas. Sin el hechizo cromático, los pajaritos vuelven a su tarea anterior, comen con fruición e ignoran mi presencia. Sin comprender, me acerco al arroyo y observo la imagen que me devuelve el cristal: una ilusión quebrada, una imagen falsa.

Quien arena nace arena muere

Moro entre el azul del cielo y del océano, al calor del sol y bajo la gélida noche estrellada. Escucho el rugir del viento, el crepitar de las ramas al quebrarse, el graznido avieso de una gaviota argéntea. Veo pasar los años, las décadas y los siglos encaramada sobre peces y plantas marinas, pero ¡ay, madre naturaleza!, ¿de verdad estoy prisionera en el tiempo y el espacio? ¿Es cierto que no voy a poder escapar de la cárcel de mi cuerpo de piedra?

Siento la mirada incisiva de todo tipo de criaturas, que me observan y me creen inmutable, mas harían bien en saber que los ojos son un sentido fácil de engañar. Las aves se posan en mi duro lomo, convencidas de que jamás perderán su lugar favorito de descanso. No se dan cuenta de que cada vez me hago más bajita, más enclenque, más poquita cosa.

Soy, se puede decir, criatura de dos mundos, como la sirena. De la tierra y del mar, mitad y mitad, parte en la superficie, parte sumergida en cristal líquido salado. Y mientras tanto, el tiempo no se ha detenido, me ha mordido y desgastado sin piedad, porque yo, aunque dura, estoy condenada a desaparecer. Mejor dicho, a fusionarme con otros sedimentos.

La espuma de las olas toca mi cuerpo, lo acaricia, lo erosiona, lo devora lenta e inexorablemente, sin descanso. Poco a poco me torno más chiquitina, me convierto en arena polvorosa, como lo fui en un pasado remoto. He pasado a formar parte del mismo océano que me engendró: nací arena, he muerto arena y tal vez renazca como roca.

Me dice que no sea yo

Observé los caminos que se abrían ante mí, las bifurcaciones que serpenteaban hacia vías inexploradas. Escuché el rumiar de las voces que se entreveraban en mi mente, aquellas que me indicaban a dónde tenía que ir. Lo hacían de forma contradictoria, iluminando los senderos sinápticos con luces de colores brillantes.

No eran más que distintas manifestaciones de mis yoes gritando al unísono, en sintonía: la voz del ego, la de la autoestima, la de la conciencia, la de los buenos y los malos sentimientos. Juntas y a la vez separadas, convincentes pero merifluas y sibilinas.

Son ellas las que nos señalan lo que somos, lo que queremos ser y lo que tal vez nunca seamos. Y es una de esas la que me traiciona, la que me insta a que la acompañe para conducirme por los caminos del edén. Me susurra al oído y acalla otras voces; las hace suyas y me hace suya. Mastica y tritura el alma, lo hace añicos, y cuando ya no queda nada por digerir, ríe entre dientes para revelar sus verdaderas intenciones: quiere que no sea yo.

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