Categoría: Fábula

Un pavo real en el reino de los pajaritos

Camino por el prado, entre árboles y plantas, con paso decidido, musical, de elegancia exquisita. El sol brilla intenso, calienta la cabeza, el lomo y el bello plumaje resplandeciente. A medida que me acerco al arroyo, diviso a los pajarillos, que picotean comida enloquecidos. Estoy convencido de que cuando me vean, lo dejarán todo para echar un vistazo y deleitarse ante el espectáculo protagonizado por mi hermoso arcoíris de colores. Con la cabeza erguida, paseo mi majestad, pues siendo soberano del reino de las aves, están obligadas a rendirme pleitesía.

Escribo mis movimientos cuidadosamente, con la mente en tercera persona, como si fuera un espectador más. Entonces, despliego las plumas, los pájaros levantan la cabecita, frenan el vaivén de los picos y enmudecen sus cantos. Por un momento, las simpáticas criaturitas miran curiosas; algunas, incluso, bailotean embelesadas. Al mismo tiempo, yo sigo contoneándome, degusto el instante, la hora del triunfo.

Cuando la danza llega a su fin, recojo el abanico de colores y ordeno a mis súbditos que me entreguen el tributo exigido. Sorprendido, compruebo que los que hace unos segundos me bailaban el agua, desvían sus miradas. Sin el hechizo cromático, los pajaritos vuelven a su tarea anterior, comen con fruición e ignoran mi presencia. Sin comprender, me acerco al arroyo y observo la imagen que me devuelve el cristal: una ilusión quebrada, una imagen falsa.

La colmena y el avispero

Allá va la obrerita, alas batientes, trabajadora incansable, poliniza que poliniza. Se acerca a las flores y absorbe su dulce néctar, fruto de vida y alimento de dioses. Poquito a poco transporta la valiosa mercancía, llega a casa exhausta y se reúne con sus compañeras obreras. Los zánganos copulan; la abeja reina, pare que te pare. Mientras tanto, la obrerita construye panales, que como neuronas en sinapsis, conforman la colmena, un lugar en el que todos tienen su rol bien aprendido. La miel pegajosa unifica las conexiones neuronales, el pensamiento, lo que mueve el corazón y las acciones. A veces, todas las colmenas se ponen de acuerdo, sus consciencias fluyen en una misma dirección y siguen los dictados impuestos sin cuestionar las órdenes: lo llaman «mente colmena».

Bajo su dictadura, las palabras hieren como aguijones afilados. Su pérfido veneno es dorado como la miel, no distingue ni de colores ni de claroscuros, pero penetra hasta el fondo de las entrañas. «La verdad es nuestra, la discrepancia no existe». Vuela que te vuela, las hermosas abejas se topan con el enemigo, que osa cuestionar las leyes universales, «¡quién se atreviera!». Confusas y enfadadas, se menean alborozadas, planean iracundas, indignadas por el desagravio. Entonces, atisban el avispero en la rama del árbol. Sin pensarlo dos veces, lo azuzan con violencia desmedida, conducidas por la emoción, que no por el seso. Las avispas asiáticas zumban en el interior, preparan sus armas letales y salen como un ejército en desbandada. En pocos segundos, la víctima sucumbe al enjambre, que cae sobre él con la silbido de miles de alas. La colmena se vanagloria desde la lejanía, ya que ignora que las avispas, una vez azuzado el avispero, desdeñan a aliados y enemigos por igual. Cuando acaban con uno, se dan la vuelta y traicionan al otro. ¡Ay las abejitas, muere que te muere!

El comercial y la vieja candorosa

esopo
Ocurrió en el tercer piso de un destartalado edificio del barrio barcelonés de El Carmelo. Allí vivía Dolores Romero, una anciana nonagenaria natural de Andalucía. Como muchas personas de su generación, había emigrado con su marido a la ciudad condal a finales de los años cincuenta. Fue la crisis de la minería, unida a la miseria de la posguerra, lo que provocó el éxodo migratorio en la primera mitad de la infausta dictadura franquista.

Funciona con WordPress & Tema de Anders Norén