Las puertas del palacio permanecen cerradas a cal y canto, protegidas por un foso y al resguardo de los peligrosos invasores. Guardia aquí, guarda allá, los aguerridos caballeros custodian la entrada de la fortaleza, siempre prestos y con las armas en alto. Evitan que las influencias del exterior penetren en el castillo de las ideas, todas ellas tan estáticas como inmutables. El soberano lee lo quiere leer, ve lo que desea ver y escucha lo que sus oídos anhelan escuchar, sin importar dónde resida realmente la verdad. Refuerza sus convicciones devorando aquello que le da la razón y huyendo de lo que contradice su visión de la vida. Encerrado en sus dominios, ningún embajador externo es bienvenido, pues teme que su mundo se derrumbe como un castillo de naipes.
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