Siempre me creí invencible. Después de todo, a los voluntariosos la muerte nos rehuye. Se aleja de nosotros, los fuertes, para fijar su atención en ellos, los débiles. He subido ochomiles y participado en las expediciones más peligrosas, pero he salido indemne de todas ellas. Con todo, reconozco que alguna cicatriz se dibuja en mi cuerpo, que como un lienzo en el museo, cincela los trazos de un pasado de gloria.
Los que no tememos a la muerte tendemos a la arrogancia, a mirar al resto llenos de desprecio y a vanagloriarnos con el pecho henchido de gozo. Pero el miedo, lo entiendo ahora, es un mecanismo de defensa valioso. Sabía que Nanga Parbat se había alimentado de las vidas de 85 montañeros, 86 si contamos a mi compañera. Pero me la sudó, nunca pensé que yo fuera a ser un número más, el 87, ni más ni menos. Y coño, ni siquiera es una cifra bonita, habría preferido algo más redondo, tal vez un 90 o un 100. Porque ¿quién cojones se acuerda del ochenta y tantos?
Si morir es una puta mierda, hacerlo solo y medio sepultado en la nieve, joder, ¡qué lento y doloroso! El alud se llevó a Roberta en milésimas de segundo, visto y no visto. Yo me encontraba más abajo cuando la ola cayó sobre nosotros. El hórrido demonio blanco se batió sobre nuestras cabezas y descendió con la fuerza del mil Hércules divinos. De pronto, me quedé sin respiración, casi inconsciente. Boqueé, tragué nieve y sentí que la vida escapaba de mi maltrecho cuerpo. Bien habría hecho en morir allí mismo. En lugar de eso, luché por salir: el aire volvió a entrar en los pulmones.
Escribo mis últimas palabras congelado, ya casi no puedo coger el bolígrafo. Las piernas no responden, se han partido como finas ramas en un día de viento. La sangre, helada, fluye por mi rostro y el torso, adherido a una ropa que ni calienta ni contribuye a mejorar el bienestar en este tránsito. Ahora sí, el terror me embarga, ¡oh, lágrimas! Dejo de ver, dejo de sentir, me arrepiento, me arrep…nto. ¡No qui..ro…mor…!
A día de hoy, el cuerpo de John Svensson no ha podido ser rescatado, se halla bajo el hielo. La carta, en cambio, apareció de manera inexplicable.